martes, 6 de julio de 2010

Hacer contacto


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La ruta en ningún momento logró despejarse y parecía un arco iris de carrocerías atravesando el horizonte. Eso tampoco pudo hacerme creer que mi vida estuviera representada por la vida de los otros, quienes se encontraban aparentemente en la misma situación que yo.
A veces tengo la impresión de estar todo el tiempo recuperando mi propia vida. Como si las demás personas hubieran cumplido en gran medida sus expectativas y a mí en cambio me faltara algo por encontrar. Tal vez algo esencial que nunca tuve ni tendré, algo que disimuladamente puede aparecer como un vestigio de luz al leer un libro, pero que desaparece rápidamente cuando lo escribo.

De todas formas voy a obligarme a pensar que la mejor historia sobre mi vida la escribirán mis hijos. Quizás con manía y arrepentimiento, o tal vez de otra manera más complaciente. Pero quiero creer que serán ellos quienes continuaran escribiendo por mí.
Ahora, que ya he dejado de ser Telémaco y es otro quien ocupa mi lugar, puedo darme cuenta que la muerte y el rol de padre son dos tareas imposibles.

Los hijos rigen nuestras vidas; son nuestros gobiernos personales y no precisamente democráticos. Destruyen nuestros deseos. Nos quitan nuestro dinero y nuestro tiempo, y después de ello no volvemos a tener la posibilidad de encontrarnos solos (cosa que a mí me produce un pánico elemental). Hacen todo lo necesario para que lleguemos a un límite de incontinencia emocional.

Pero debe haber algo oculto en esa transformación que nos sigue pareciendo atractivo, algo que deberá ser entendido para que pueda ser real, sin ningún miramiento religioso. El amor cuando es referido a dios pierde consistencia.

La necesidad de convertirnos en padres está dada por el imperioso deseo de trascender a costa de cualquier padecimiento. A simple vista y exceptuando el nivel de cuidado, para muchos de nosotros, no existe mayor diferencia entre un bebé y un cachorro animal. Por eso me pregunto: ¿por qué deseamos ser padres a pesar de todo? ¿De qué manera se traduce aquel switch mágico que transforma ese padecimiento en algo necesario?

Quienes confían en los parámetros religiosos no precisan otras manifestaciones, pero: ¿qué ocurre con los otros? (y en ellos me incluyo) y con aquellos que necesitan, en cierto momento del día, saber ¿para qué y porque, todo esto?

Desde hace ocho meses que soy esclavo de una vida que no me pertenece. Vicente parece tener los sueños de un músico de rock. Cuando nació mi hijo, durmió sin desvelarse durante todo su primer mes. Pero ahora pareciera ser la reencarnación del Conde Drácula. No hay posibilidad de dormir en la noche por más de seis horas y, a pesar de todo mi esfuerzo, debo confesar que el mayor sacrificio lo hace su madre. En el sacrificio de ella, encontré la verdadera naturaleza materna, condición que ningún padre puede llegar a igualar.

El efecto simbiótico, comienza en su vientre y es continuado por fuera de él. Solo la locura puede resquebrajar ese vínculo. Todavía la observo dormir al niño con palmaditas en su trasero e intentando simular de esa manera, los latidos que escuchaba el bebe cuando aun se encontraba dentro de ella. Yo soy incapaz de elucubrar un método semejante. Mi función en cambio, esta resumida en introducir la mamadera dentro del microondas todas las veces que sean necesarias y aun así, me distraigo comiendo algo de la heladera y termino provocando el hervor de la leche.

Creo que las aptitudes para ejercer mi rol de padre, por lo menos en esta primera etapa, se encuentran bastante limitadas, frente a la irracionabilidad del niño que no alude a ningún estadio de comprensión lógica y, salvando las distancias que ofrece el puro instinto; todo lo que dispara con su boca de fuego (cual dragón empecinado en su constante tiranía) tal vez sea algo tan difícil como la permanente presencia de su madre.

A pesar de todo estoy convencido de que este vínculo irá creciendo y madurando con el correr del tiempo. Las relaciones tienden a decantar paulatinamente. Como si fuera este un nuevo engranaje y necesitase machacar por un tiempo los dientes de ambas ruedas para que puedan encastrar.

Pero por ahora sabemos los dos, que soy solo para él un ornamento decorativo, porque estoy seguro que él lo sabe o lo intuye de alguna manera y al mismo tiempo me lo transmite, cuando por ejemplo estamos solos y se pone a sollozar suspendido en un estado pasmódico, hasta que su madre ingresa y nos rescata del abismo.
Ella suele suceder en los momentos claves y lograr revertir las peores instancias como un superhéroe lo hace en las historietas. Como si tuviera en sus manos el poder de Dalila y yo, la prominente calvicie de Sansón.

Cuando nació, en ese mismo instante y luego que el médico apartara el cordón umbilical del cuello supe, que esa cosa grisácea y desnutrida iba a cambiar mi vida para siempre. Cuando lo sostuve por primera vez en mis brazos, todas mis clases del preparto desaparecieron automáticamente de mi memoria. También se borraron las clases de la secundaria y mi universidad completa. Mi mente era un recipiente vacio que solo guardaba la forma de haber contenido en algún momento información.

El sanatorio tenía la costumbre de que fuese el padre quien hiciera el primer contacto con la criatura. Mientras la madre continuaba siendo asistida en la sala de parto, el niño era bañado y pesado, medido, vacunado y finalmente vestido por el padre. Todos esos chequeos llevan como resultado un puntaje que tiende a ser aproximado. En menos de quince minutos, la vida ya lo había puesto a prueba. El niño escucha bien y tiene todos los conductos respiratorios liberados, escuche que dijeron a mis espaldas y luego, nos dejaron solos… completamente desnudos.

En ninguna cancha de futbol estuve tan seguro de fracturar a alguien como en el momento de vestir a mi hijo por primera vez. Cada vez que intentaba sostener uno de sus brazos me acechaba la sensación de estar descuartizando un pollo. Estaba convencido que aquello que trataba de agarrar no era otra cosa que un conjunto de cartílagos, que unidos entre sí, terminaban por formar el diminuto cuerpo del chico.

Por suerte una de las enfermeras, al verme taciturno y desorientado, se apiado de mí y tuvo la convicción necesaria para apartarme a tiempo y tomar ella misma la prenda de ropa para vestirlo. Era imposible que yo pudiera meter esos pequeños huesos por el interior del pijama hospitalario.

Desde ese momento creo yo, que el niño supo darse cuenta que si confiaba en mí para determinadas cuestiones, no iba a llegar muy lejos y como si fuera este, nuestro primer pacto, le prometí en silencio, tomar distancia en situaciones como estas y en aquellas otras, que pudiera yo lastimarlo.

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