lunes, 21 de diciembre de 2009

Un breve relato


La distinción del libro había llegado en el momento más difícil de su vida. Era como una leve caricia que amortiguaba la profunda desventaja que venía acusando su ego a través de los últimos años.
Hasta ese momento todas las actividades para él carecían de sentido, aquellas que había realizado durante toda su vida en la oficina y los demás asuntos pendientes le producían una completa soledad.
Llego a pensar que el interés por las cosas nunca había existido; y todas aquellas funciones a las que estaba acostumbrado a realizar como un autómata, las hacía con esa tristeza casi agónica, que de a poco y a través del silencio nos van transformando en nuestro propio enemigo.
Pero la distinción recayó con imperioso asombro en todos los demás. En todos aquellos que jamás hubieran imaginado que una mención de esa envergadura pudiera atribuírsele a un hombre de oficina. Un hombre de familia que escribía poemas en una habitación cerrada.
La poesía para el hombre común, es una especie de estado de gracia, un estado absoluto de meditación e idiotez. Un hombre que escribe poemas es un niño que no quiere consagrarse pero cuando tiene familia e hijos es un hecho de suma irresponsabilidad.
A un escritor se le hace imposible demostrar le fidelidad de su trabajo, sobre todo, cuando nadie quiere publicar sus obras. Y hacer poesía es el merito mayor de esa inconsistencia. El hombre medio no tiene capacidad de abstracción frente a esa combinación de palabras que pueden lograr el mismo efecto de luz que emana de un cuadro. Quienes escriben un poema lo hacen desde el profundo sentimiento de goce, sabiendo, que nadie los va a escuchar. Por eso mismo la poética es un estado de fe, un milagro de la naturaleza que describe aquellas cosas que nunca existieron transformándolas para siempre. Es inútil tratar de demostrarlo. Es inútil tratar de trasmitirlo en una reunión de amigos o en una conversación trivial de oficina. Es más fácil hablar de negocios o deportes y no decir nada que tenga relación con ello. Es como un secreto que se lleva uno a la tumba.

La mañana del 4 de octubre de 1956, Nicolás, había escrito su mejor poema. Había dudado toda esa mañana sobre la utilización de diferentes términos y supresiones de puntos y comas; pero finalmente con un gesto rígido dio por terminada su elevada creación. Cerró su cuaderno y tomo una ducha bien fría, necesitaba sobre todo estar despabilado. Había trabajado arduamente con los últimos tres versos del poema y ese cansancio estaba reflejado en las sinuosas bolsas que enmarcaban sus ojos. Tenía la tez pálida. Eligió con delicada paciencia la ropa que iba a utilizar ese día pero decidió no llevar puesta por primera vez su corbata. Salió de su departamento, se dirijo a la azotea del edificio y se arrojo al vacío.
Lo demás salió publicado en la primera página de todos los diarios del país. También en varias ciudades de Europa tomaron la noticia con gran desolación. El periódico “Le Mond”, titulo la crónica de su muerte de manera casi surrealista: Premio nobel de literatura muere en situación dudosa. En cambio los diarios de Brasil y Uruguay trataron el tema con más discreción y menos sensacionalismo.

Pero solo un hombre tuvo la sutileza de ver en este acto rotundo de violencia, una verídica y simple declaración de amor. Fue Arnaldo Veyra, escritor y periodista, oriundo del pueblo de Mansilla, quien destaco en una nota (que jamás pudo ser publicada) que el poeta se había arrojado abrazado a sus libros ..."Su cuerpo atesoraba dos publicaciones y un cuaderno de notas"... , escribió en una carta dirigida a mí, dos semanas después del suicidio. Los bomberos y la policía debieron hacer un esfuerzo descomunal para lograr arrancarlos de sus brazos. Daba la impresión que el pobre muchacho continuaba con vida y de alguna manera sacaba fuerzas para no desprenderse de sus libros, me dijo Veyra, la última vez que nos encontramos en un café de la calle Corrientes.

(Cuento Inspirado en la muerte de Nikos Poulantzas- Escritor Griego)

No hay comentarios:

Publicar un comentario